FOTOGRAFÍA: Mónica Aspe
Poeta, dramaturga y narradora, Carmen Boullosa (ciudad de México, 1954) recibió el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Antes, por el poemario La salvaja, publicado en nuestra casa editorial, y por Papeles irresponsables, en 1989. Ha sido becaria Guggenheim (1992) y del Center for Scholars and Writers de la Biblioteca Pública de Nueva York (2001); Premio Anna Seghers de la Academia de las Artes de Berlín por el conjunto de su obra (1997); Premio Liberatur de la ciudad de Francfort por la versión alemana de su novela La milagrosa (1998). Becaria Salvador Novo (1978), del Centro Mexicano de Escritores (1980) y del INBA (1981), fue miembro del Sistema Nacional de Creadores (1994-1997). Vive en Brooklyn, donde es Distinguished Lecturer de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY-City College). Ha sido profesora invitada en las universidades de Georgetown, Columbia, NYU (Cátedra Andrés Bello), SDSU y ha tenido la Cátedra Alfonso Reyes en la Sorbona. En el Fondo de Cultura Económica ha publicado La salvaja (1989), Los delirios (1998) y La bebida (2002).
LETRAS MEXICANAS
Salto de mantarraya
(y otros dos)
Primera edición, 2004
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Mauricio Gómez Morin
Ilustración de la portada: Inside Outside 3, Francesco Clemente
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
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ISBN 978-607-16-1893-1 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Salto de mantarraya
Las despechadas
Los nuevos
un poema
(2000)
Debo viajar del corazón al cuerpo.
Viajar del corazón al cuerpo.
Del corazón, con todo y el corazón,
debo llegar al sitio donde esperan sedientas las arterias,
ocuparlo porque es mío y porque está hueco.
El amor, el amor fue el latido
que me sacó de la jaula del plectro.
Afuera estoy, en sístole y en diástole.
Desnudo voy, sin pecho, sin costillas.
Fui radiante un momento. El oxígeno
comenzó, como el agua lo hace al hierro,
a oxidarme. Afuera, el viento era fuego,
traidor también, y la tierra era agua,
pues me ahogaba. Ardiendo y falta de aire,
debo volver al cuerpo que me da casa y cama
a cambio de que yo, con su sangre, lo alimente.
Voy hacia allá, con un puente lo intento,
este que voy haciendo en palabras roncas.
Miro a dónde quiero llegar, a mi cuerpo:
el pecho abierto, el olor del semen.
¿Soy yo lo que hay adentro de la herida?
De la herida mayor, la de la lanza.
¡Repite, lanza, el golpe de la muerte!
¡Pero atina! ¡Ya no estoy adentro!
¡Afuera estoy ahora, te digo,
sin mi casa de fuertes músculos
ni el acompañamiento sabio del pulmón!
¡No pegues, lanza centuriona, donde
debiera yo de ir, y estuve siempre,
y quiero y debo y necesito volver,
desesperado! Si pescas, si picas
donde yo estoy supuesto (adentro de mi pecho,
arropado en mi cuerpo), te equivocas,
como aquella demanda galilea
que abrió el camino al golpe de tu filo.
Centurión, ¡tira tu anzuelo a otro lado!
¡Deja de estar hurgando en la herida!
Suelta el pezón que pellizcan tu pulgar
y otro dedo, tal vez el de tu boda,
el anular a quien falta la alianza.
(Hasta en eso le has sido infiel,
aceitándole el camino a tu punta
con el dedo anular, al que has robado
décadas el anillo de bodas que traes
de cualquier modo encarnado,
como un hueso ciego del que no queremos hablar.)
Yo estoy aquí, afuera, afuera, afuera,
salida por el golpe de este amor
que no supo o no quiso acogerme,
que me dejó sin venas, sin pulmones,
sin piel ni boca, ni palabras, claro.
Escribo dejándome a mí mismo
aquí, en el papel. Los corazones
somos de tinta sangre. La mía
está casi negra, color de mar,
me lo ha dado la expulsión y la herrumbre.
Con éstas escritas volveré a habitarme.
Escribo:
(pero antes debo lamentar la mayor
pérdida por volar acá, ido, suelto, expulsado:
los vasos sanguíneos y la sed
de finos hilos tejiendo la red
que hace al mundo perceptible,
que hace presentes al calor y al frío,
al dolor y al huraño placer,
a la oscura noche lunar de la caricia).
El beso es el grito “¡fuera!” con que comienza la carrera.
El beso borra la pista.
Quita al corredor los zapatos.
No lleva ni deja llegar a ningún lado.
Saca a quien puede de su casa.
Tira de paso los floreros.
Escribe pistas falsas en los mapas.
Embriaga con saliva a los radares.
Muy importante: esto comienza en un beso.
Adán tenía dos Evas.
Dios era mudo.
Puercoespines, erizos, alacranes,
la sierpe, el mar con un solo habitante,
esperaban el momento de la hechura.
¿Dónde quedó el sastre?, preguntan Neptuno y Afrodita.
Y el Danubio sin vals derramándose
por un vacío cauce de pereza,
hacia Hungría en aburrimiento y silencio.
Aquí los frutos no maduran.
O brotan podridos
o permanecen verdes como piedras,
rompiendo la aspereza de sus ramas.
Más secos que las hojas del otoño,
crispean shjush shjush
(el piso mojado y el tronar seco
siguen la misma partitura:
shjush shjush).
El perro fiel le muerde la oreja a su ama.
Peor aún, al oído lo masacra
ladrando rojo roto ronco.
No salió de la costilla de Adán,
de su costado.
Ella es quien tiene abierto el pecho
y es su corazón quien salió,
quien salta aquí
y salta.
Adán no la parió,
no la abraza.
Ella sujeta la manzana del amor
y la víbora será boa
y aquí hablará.
Aguarda.
No aparece fresca ni recién hecha.
Va provista del sudor de su frente.
Trabaja, lleva las cuentas, paga impuestos.
Del Edén panadera, responsable,
mañanera y preocupada, vestida
de blanco, es el fiel reloj, minutero
atento a la rutina, aguja, norte.
Dos venados y el unicornio beben
ni memoria ni olvido de las aguas del río.
Son los testigos ciegos, sordos, mudos.
Sus ojos son los espejos del jardín.
Eva uno se pone frente a ellos los aretes.
Adán se rasura frente a ellos.
Eva dos bebe del río, inclinada,
como ellos,
sin reflejo, sin memoria, sin olvido.
Nadie se ve en los ojos de la Eva dos,
que es mantarraya
y salta.
El pasmo es la única y cierta respuesta
lógica al cuerpo fugado del cuerpo.
La horma es el amor (son anagramas: amorh
amohr
hamor),
y el tocado y expulsado (sin horma, sin amor, sin forma)
soy:
la mantarraya que sobre la línea del horizonte
a treinta metros de la playa
salta.)
Trozo de mar.
Manta de mar.
Tierra firme volando en mar abierto
levantada en luz, danzando.
Rayo de luz que al oscurecerse se vuelve carne.
Boca cerrada que besas la teta del mar.
Seca piel de pez bailando su filiación terrestre.
Es una ola sobre otra ola.
Es una ola de sangre.
Está vestida de carne apielada.
Volando va sobre el cuerpo unido de la mar
y separada.
Espuma sólida.
Dura espuma oscura.
Es lo negro blanco.
Es la liebre perseguida.
Es la gacela que deja la manada.
Es la mar leal a la loca luna.
Es el polvo original buscando hermana arena selenita.
Es el trazo de un calígrafo anómalo.
Es el golpe equivocado del pincel.
Es el golpe maestro del cincel.
Es un pájaro díscolo.
Es la hormiga de mutilada antena.
Es la hoja que cae hacia el cielo.
Es el lago independentista en el centro del océano.
Es la Colonia del cielo nocturno en el centro del océano.
Es un cerebro de adquirida anatomía autónoma,
puro exabrupto, ninguna idea.
Es el mar que tiene la razón.
Es un mar necio y equivocado y necio.
Es la sal dulce.
Es la sal de sangre fría.
Es madre de sí misma, y ríe.
Es quemadura de la sal,
escozor en la herida de la sal.
Es la letra que no cabe en la música del mar.
Es la flor abierta que vuelve al botón.
Es la fronda del único árbol en un desierto casi azul.
Es la fronda líquida del baobab marino.
Es la hoja que no proviene de tronco ni raíces:
nació como el laurel rosa del jardín de Darío.
Es lágrima del mar.
Es carcajada del mar.
Es tos del mar.
Es corazón del mar gravitando hacia el cielo.
Es el ojo de las cavernas perdido de tan ciego.
Es el ojo de las cavernas rebelándose porque quiere ver.
Es el escudo del inmortal.
Es un grito del averno.
Es un crujido del misterio.
Es un cachito alegre del ceñudo mar completo.
Es la silla para trotar la mar océana.
Es un sueño visible de Neptuno.
Es el anhelo del alga.
Es remedo en papel de un delfín.
Es alón libre de ballena.
Es una venida de Neptuno, semen azul del dios.
Es el costado de un ser que no existe.
Es el hipo del entierro marino.
Es el alma de un ángel corriendo al cielo.
Es el chal de la sirena.
Es la cabellera azul de la ninfa.
Es calostro de Afrodita.
Es placenta de Afrodita.
Es alcohol de agua.
Es carne del tequila.
Es el músculo del vino.
Es el punto de reposo de la garza ausente.
Es el agua deseando ser cocodrilo.
Es un agua arrepentida.
Es la verdadera agua bendita.
Es la prodigiosa agua bautismal de Leonardo.
Es la ventana del mar.
Es el rasgón en la tela del mar, lo hace la ira.
Es el hilo tronchado.
Es el suspiro.
Es el pedazo cortado al mar para remendar la tela del cielo
del hoyo de luz de la estrella.
Es el pez manta saltando.
Es el diablo de mar saltando
(los dos nombres se usan por igual para llamarte
a ti, la raya que das saltos fuera del agua).
Es el espíritu del baile.
Es el ojo del Cosmos.
Es el insomnio de Colón.
Es el marino ciego de tanto sol.
Es el viaje incierto hacia el fin del mundo.
Es la orilla de la tierra.
Es la cosquilla, el calambre y el pasmo.
Es un eructo.
Es el ridículo sin pertenencia.
Es la traílla sin tensión.
Es el abrazo rechazado.
Es la boca quemada del no besado.
Es la herida del no correspondido.
La herida abierta enferma de la podrida azúcar
en la diabética carne podrida.
Es un pedazo afuera del mundo.
Es la mancha roja en el pabellón blanco.
Es el anca de la rana cruda.
Es la violada por su amante.
Es la no amada por su amante.
Es el aleph del alma de Sísifo.
Es la madrugada ahogada del deseo en la cama
del solitario.
Es el vaso de vino exquisito arrojado en la furia.
Es la muerte que trae el amor.
Es el amor.
Es la noche en el amanecer repetido del solitario.
Es la rueda acostada a la vera del transitado camino.
Es la palabra escrita en chino para el inglés.
Es el sueño del que duerme sin compañía:
en su cama se ensañan los goyescos fantasmas,
le arrebatan
las sábanas, lo desnudan, lo desvisten, lo estrangulan:
al solo se lo comen los fantasmas:
en el salto de la raya los vemos deglutirlo.
Es el bocado que da el monstruo.
Es el instante en que deglute el monstruo.
Es Cronos tragando.
Es los huesos del solo tronando en los dientes del rudo
monstruo.
Es el que trata de escapar de su mordida.
¡Vuela, mantarraya, no saltes!
Tu salto rasga y descompone la mar y el cielo.
¿A qué orden perteneces,
en qué punto te sostienes,
te crees silla del viento,
apoyo del rayo eléctrico tronando?
Quiebras la nuez del mundo,
comes la carne de la ola,
dejas al mar despellejado,
capas la garganta de la cobra
que cantaba al mar:
“quiero luz y quiero vuelo–
detesto arrastrarme–
odio la canasta–
no escucho la flauta–
al turbante lo desprecio–
en el tapete acomodo la cola
que le imito al lobo
y en mi choya pongo su cuerpo,
le robé su rabia.
“Odio la ola–
soy el sentimiento que te falta,
mantarraya.
“Eres el desollamiento.
Rebanada que te crees viva.
Rajita de la otra luna, la invisible, la segunda que por ahí
anda,
“Te hicieron sin brazos, como a mí,
como la Venus estatua, que los tuvo,
acabaste y comenzaste.
“Eres tu propia cruz.
Te aplanó el martillo con que te ataste a montar la brisa.
Eres una lengua estirada y sin mandíbulas
ni cuerdas que hagan tus ridículas palabras
comprensibles.
“Pon tu granito de arena.
Cállate.
No brinques más.
Escóndete bajo la ola.
Desaparece.
Deja que el mar te disuelva.
No eres una ostra.
No eres un pez, sino puros cartílagos primitivos, como
el tiburón o la quimera: los tres grupos
elasmobranquios.
(Y entre los elasmobranquios, tenías que elegir lo más despisciforme: todos presentan boca en la parte
ventral del rostro, los tiburones, las rayas tus
hermanas, pero no tú ni las quimeras.)
(Tú quieres ir con el monstruo,
pez manta, diablo de mar.)
No eres luz, ni menos aún luz sólida,
como fingiste serlo.
Ni el viento se trepa en ti a cabalgar la noche.
Ni las niñas gritan cuando rompes en el horizonte
como la cinta
arrancada a la cabecita
de la víctima del sátiro.
Eres mierda, mantarraya,
y en mierda te convertirás
cuando pierdas tus dos aletas extendidas
y el aguijón que contagia la fiebre.
¿Es otra cosa la sin brazos,
desamada, enfebrecida,
loca en las noches,
perdida en los días en su casa?
Tú, mantarraya, con boca de quimera,
eres una desnuda, eres monstruosa.
Eres un gemido, es lo que eres.
Eres el golpe del látigo que es tu cola
¡no crees ser nada más!
“¡Pon tu granito de arena!
Eres el clítoris exhibido, expuesto ahí,
donde otros seres enseñan las líneas de las manos para
que la gitana les descifre su historia.
Eso es todo lo que hay escrito en tu envés ridículo.
Por eso la lengua sin cuerdas.
Eres lo que resta de la pluma
del ave que se comió la hiena,
la que mató el parabrisas distraído.
La que nadie quiso matar, y lo que de ella queda.
El que no buscaba amarte
—matarte.
Descargaba en ti de la pesada castidez marital.
“Quimera y perra, te digo.
Pon tu granito de arena,
y disuélvete,
etcétera, etcétera.”
Así habló la cobra
desde su alma deglutida de globo.
Eso dijo la cobra a lo que es,
a la mantarraya, a mí.
¿Por qué estoy yo provista de este destino color zinc, si
mi horóscopo me atribuye la Virgen,
mi patria me provee del granero pródigo
y el perro leal, a prueba de palizas,
inmune a dolores, miserias y disgustos?
Mi sino me es ajeno.
Mi tendencia es la raíz,
es el tiempo de la maduración,
es la lícita luz solar,
(también la perturbadora de la luna
sobre la cual escancio estas palabras
como en la copa con que el alumno vierte el veneno,
para ahogar desde la sangre a su maestro,
oh, rudo maestro, tú el que me has perdido,
la esgrima fue tu signo, el debate y
el prisma resplandeciente del diálogo,
la crinolina de la retórica,
el camino al coño de la puta,
tú que buscabas sólo con quien limpiarte).
Yo soy la cosechadora.
No el grito gordo de la noche
(“mantarraya —dijo, oscura—,
te verán los flamingos en tu salto
y se reirán de ti,
tan opaca y tan sin largo,
extendida y cargando cuernos y aguijón”).
No puedo ser el fragmento
institucio
na
li
za
do,
¡ins
ti
tu
cio
na
li
za
do!
(¡Tú:
institución del amor irresponsable,
cajero delictivo de mis tesoros
—que no son sino yo misma—
—yo nadie,
señores,
mi nombre puede con cualquier pretexto
terminar en el diminutivo ‘ita’,
soy una briznita—!
Tú:
Tú vuelves fuga a la raíz,
oh, ceremonioso tomador de pelo,
lo hiciste para no perderme, para darme coba,
yo era Rapunzel desde un principio
y creí como ella tener ojos,
pero la zarza ya los había quemado
y mi oído se engañó porque tu voz entonaba
ra-í-ces
ra-í-ces,
pero hablabas de las que en la destrucción
caen como riendo,
invitando al despeluque de tu tedio
sabanoso
sonoro
quejidáseo)
(¿pero quién soy yo,
sino la mancha corriéndose en el lino,
la tinta ignorante de la pluma o el manguillo?:
“¡no es nada!,
¡es huérfana!,
su amor no tiene casa
ni consumación.
Es amor de temporal.
La cópula es su amo,
tenga o no tenga gemidos,
sin importarle si es su amor.
Sea o no de jinetera
Sea o no en la búsqueda del coño que permita la sacia,
la erección sin costo ni compromiso.
La erección erecta.
La erección que convierte a la hermosa
en repugnante mantarraya, mal remedo de pez
primitivo”)
(Manta: monarca.
Raya: la esclavitud del silencio,
de la oscuridad,
del ser que no tiene brazos
y está vivo.
Ama
y no tiene piernas ni las tuvo,
¡y ella buscaba el espejo,
el amor,
la fundación!
¡Todas esas cosas que un hoyo ni soñar!)