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Akal / Básica de bolsillo / 269

Friedrich Schiller

Don Carlos, infante de España

Un poema dramático

Traducción: Emilio J. González García

Estudió Filología alemana en las universidades de Cáceres, Marburgo y Salamanca. Enseñó Lengua y Literatura españolas, así como traducción en la Universidad de Duisburg-Essen de 2001 a 2005. En la actualidad se dedica a  la traducción literaria.

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Introducción

Un joven apasionado y sensible, heredero de un gran imperio, una reina casada en contra de su voluntad por motivos de Estado, un rey anciano y celoso, infeliz como esposo y como padre, y las tenebrosas figuras de un inquisidor y del duque de Alba. Éstos fueron los atractivos que animaron a Friedrich Schiller (1759-1805) a emprender la versión teatral de la obra Histoire de Dom Carlos, de César Vichard, abbé de Saint-Real. La falta de dramas con temática cortesana y la posibilidad de incluir escenas conmovedoras o sorprendentes gracias a este conflicto múltiple entre público y privado, familia y corte o amor y política también pesaron en su ánimo y le llevaron a realizar el primer esbozo de la obra ya en 1783, poco después de conocer la novela de Saint-Real. La pieza, sin embargo, no se estrenó hasta cuatro años más tarde, siendo posteriormente editada por su autor en varias ocasiones hasta el mismo año de su fallecimiento.

La primera aproximación de Schiller al argumento de este retrato de familia en una casa real fue entusiasta, pero su trabajo para el teatro de Mannheim y el estreno de Fiesko e Intriga y amor en 1784 fueron retrasando el desarrollo del argumento. A esto hay que sumarle una larga convalecencia debida a la malaria y una crisis personal causada tanto por unos amores no correspondidos como por el descontento y la opresión que sentía en Mannheim y que acabó provocando su traslado a Leipzig. También cabe apuntar la misma complejidad de la empresa, la grandeza de los personajes, la dificultad de su primera obra en verso o la necesidad de documentación como otros causantes de esta demora, que coincide con una evolución literaria del autor y de su entorno.

El Sturm und Drang (1767-1785) es un movimiento literario propio de Alemania que supone una oposición o, mejor dicho, una evolución de la Ilustración, pues enraíza con tendencias propias de la Ilustración, como el pietismo o el sentimentalismo. Su nombre puede traducirse como «tormenta y empuje» y proviene de la obra homónima de F. M. Klinger. Siendo esquemáticos podríamos decir que es una corriente que trata de escapar de las barreras que impone la razón ilustrada, que aboga por el sentimiento, por una visión distinta de la naturaleza y del hombre y que prefiere la originalidad del genio antes que la tradición y las normas. Su género preferido es el drama, pero apartándose de las reglas aristotélicas, dando lugar, incluso, a trabajos prácticamente irrepresentables, que precisan cambios de escenario frecuentes para, en ocasiones, desarrollar apenas un par de frases de diálogo. En la temática priman personajes jóvenes y arrebatados en conflicto con la sociedad y con un profundo deseo de libertad. Don Carlos está considerada como una obra de transición entre este movimiento y el periodo del Clasicismo de Weimar que le sucedió.

Cuando Schiller abordó el tema del Don Carlos su obra todavía conservaba la exaltación de esta época. Consideraba que el autor debía tener una relación de amistad, de hermandad con sus personajes y se identificaba con Carlos de tal manera que llegó a afirmar que el personaje era un reflejo de su propio corazón. Su situación amorosa también sirve para establecer paralelismos entre el creador y la creación. Sin embargo, durante el largo proceso creativo sus intereses fueron cambiando: Carlos comenzó a parecerle egoísta y la historia de amor fue lentamente pasando a un segundo plano. Poza y su lucha por la liberación de Flandes ocuparon su lugar y el tema llegó a interesarle de tal forma que poco después de finalizar el drama publicó la Historia de la separación de los Países Bajos Unidos del gobierno español (1788). Sin embargo, la obra contaba con dos actos ya aparecidos en la revista Thalia, por lo que no podía iniciar de nuevo su trabajo bajo las nuevas premisas y se vio obligado a cuadrar en una misma obra ambas historias, materializándose este cambio de orientación, de personajes y de intereses en el tercer acto, con la famosa entrevista entre el rey Felipe II y Poza.

Esta transformación resulta tan llamativa que incluso se siente obligado a justificarse, publicando las Cartas sobre Don Carlos en el Teutscher Merkur. En ellas afirmaba que la evolución en sus gustos pudo deberse tan solo a que la diferencia de edad entre él y Carlos había aumentado, dificultando la identificación. Creía que un drama había de ser flor de un único verano y que él había dedicado demasiado tiempo a este. Su tragedia amorosa se convierte entonces en una tragedia política con un amor que abarca ahora a todo el género humano y que supera la época en la que se desarrolla para ser aplicable al presente de su autor y a los monarcas ilustrados. El drama de corte recupera su función educadora, permitiendo que los señores puedan ver críticas que nadie se atrevería a hacerles directamente.

Recurriendo este género histórico, Schiller podía trabajar, además, con grandes personajes ya conocidos por su público. La realidad, no obstante, está supeditada a la trama. Los anacronismos y las inexactitudes son evidentes, desde la coincidencia temporal entre la Gran Armada, más conocida como la Armada Invencible (1588), y la marcha del duque de Alba a los Países Bajos (1567), a la misma diferencia de edad entre Felipe II (1527-1598) e Isabel de Valois (1545-1568). Este argumento aparece en numerosas obras de referencia empleadas por Schiller, pero en el momento del enlace el «anciano» monarca español contaba tan solo con treinta y tres años. Lo mismo se podría decir de la descripción de Carlos (1545-1568): el noble infante conquistador de los corazones femeninos de la corte no solo era cojo y deforme, sino muy inestable mentalmente, con frecuentes accesos de furia. La supuesta relación amorosa con su madrastra también es un mito de origen francés basado en los planes reales de matrimonio entre ambos, aunque la pervivencia de un amor adolescente surgido gracias a un intercambio epistolar resulta ridícula, pues cuando se rompió este enlace político, tanto Isabel como Carlos solo tenían doce años. La figura de Poza, por su parte, está tan plagada de contaminaciones que el que fuera un anodino paje del príncipe apenas resulta reconocible, mostrando en algunas de las fuentes características y anécdotas del conde de Villamediana, lo que ha llevado a muchos críticos a considerarle un personaje inventado. La princesa de Éboli y Antonio Pérez, que adopta el papel de Domingo en aquellos principados en los que un confesor intrigante sería mal recibido, también guardan pocas semejanzas con sus contrapuntos históricos. Muchas de estas malintencionadas confusiones históricas son heredadas por Schiller, mientras que otras suponen recreaciones con intención dramática, manipulándose la historia para desarrollar un argumento, no para denunciar un país o una época.

La figura de Felipe II puede servir para ejemplificar esta interpretación. En la versión de Schiller, el monarca no es el monstruo cruel que retratan sus fuentes. Sus errores de juicio se deben a su entorno, pero no carece de buenas intenciones pese a la severidad de sus actos. Piensa que contribuye a la paz, que es necesario acabar con la sublevación de los Países Bajos, que el ser humano es mezquino, pero la realidad que ha vivido tal vez no le permita ver las cosas de otra forma. Su concepto del hombre se evidencia en la facilidad con la que descubre las intrigas de Alba y Domingo y su ceguera ante los planes de Poza, ya que, al menos al principio, es incapaz de comprender sus motivos, pues no son egoístas. Es posible que la diferencia entre Carlos y su padre radique únicamente en Poza, que actúa de catalizador de todo lo bueno que hay en ellos. En este sentido resulta significativo que Schiller afirme haber expresado su visión de Poza a través del rey, ese gran «conocedor del género humano», según sus propias palabras.

Contemplar exclusivamente Don Carlos desde una perspectiva nacional, como una muestra de la «leyenda negra», supondría una injusta mutilación de una de las mayores obras del teatro europeo. Estamos seguros de que un lector libre de prejuicios sabrá disfrutar de esta joya literaria y advertirá que la visión que ofrece del amor y la amistad, de la libertad del ser humano, del sacrificio o de la función de los gobernantes va más allá de fronteras geográficas o temporales.

Emilio J. González García

Don carlos, infante de España. un poema dramático

Personajes

Felipe II, rey de España

Isabel de Valois, su esposa

Don Carlos, príncipe heredero

Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, sobrino del rey

Infanta Clara Eugenia, una niña de tres años

Duquesa de Olivares, camarera mayor

Marquesa de Mondéjar, dama de la reina

Princesa de Éboli, dama de la reina

Condesa de Fuentes, dama de la reina

Marqués de Poza, un caballero de la orden de Malta

Duque de Alba. Grande de España

Conde de Lerma, jefe de la guardia real. Grande de España

Duque de Feria, caballero del Toisón de Oro. Grande de España

Duque de Medina Sidonia, almirante. Grande de España

Don Raimundo de Tassis, correo mayor. Grande de España

Domingo, confesor del rey

El inquisidor mayor del reino

El prior de un monasterio cartujo

Un paje de la reina

Don Luis Mercado, médico de cámara de la reina

Varias damas y grandes, pajes, oficiales, guardias y distintos personajes sin texto